¿Mejor ser funcionario?

(La Vanguardia, 23/3/2024)


Si usted tiene un hijo o hija en etapa universitaria o estudiando cualquier línea de formación profesional, imagino que estará profundamente preocupado por su futuro. Entiendo que en no pocas ocasiones habrá hablado con él o ella para abordar las salidas profesionales que ofrece el mercado con el objetivo de intentar, en lo posible, iniciar un proyecto de vida digno; ya me entienden, con un salario decente, estabilidad y posibilidades de progresar. A mí me ha sucedido, y me sucede, y no puedo evitar que, en ocasiones, mis pensamientos se dirijan a ofrecer un consejo que nunca escuché siendo yo joven por parte de mis padres ni yo mismo me hice en su momento: "hazte funcionario". Y cada vez que lo emito siento que igual me estoy traicionando, pues sigo siendo de los que cree que en la empresa privada es posible un desarrollo profesional ambicioso; eso creo.

Pero sucede que uno, que es muy observador, ha confirmado que todos aquellos amigos o amigas que han trabajado para la administración, sea en el Ayuntamiento, la Generalitat o la universidad pública, han tenido, en general, una mejor vida, en el sentido laboral y salarial de la expresión, que los que han navegado por la empresa privada. No se trata de que hayan ganado más o menos dinero, que en esta cuestión la cosa va por etapas y puestos de trabajo, aunque en los últimos años los salarios de la administración son de normal mejores incluso en los puestos más bajos de la escala. Pero sí se corrobora la garantía de una estabilidad formidable además de unos horarios más adecuados para conciliar la vida familiar. Sucede, además, que la mayoría de los funcionarios ya han abrazado a nuestras edades la prejubilación a edades muchos más tempranas de los que siguen trabajando con contratos de empresas, con excepciones. 

Quiero citar también en esta reflexión a los amigos y amigas que han intentado desarrollar, como autónomos, ideas para ganarse la vida; y aquí sí que les digo que por norma el sacrificio es enorme. A las dificultades de montar cualquier tipo de negocio, con una burocracia kafkiana, se suma la abultada paliza de impuestos y las pocas contraprestaciones en comparación con cualquier asalariado. Siempre recuerdo a mi padre, toda la vida de autónomo y le quedó una pensión de mierda. Ser autónomo en España es casi un acto de heroísmo, y conozco a varios que, agotados del esfuerzo, tomaron aire y optaron por intentar sacarse una plaza de funcionario en cualquier administración o empresa pública. Es asombroso lo que este país dificulta la iniciativa privada y cómo, al fin, se empuja a muchos a tirar la toalla para reorientar su esfuerzo hacia la función pública. 

Por esta razón, cuando surge el momento de dar consejo, ya sea a mis hijos o a los hijos de otros, cosa que odio, me debate entre la vocación y la realidad, entre animar a dar un salto arriesgado intentando ganar peso en el mundo privado o dedicar unos años a prepararse una oposición con la posibilidad de ganarla y de, en términos prácticos, tener la vida resuelta. Cada vez se me hace más difícil defender la primera opción, observando los salarios que se están pagando a los jóvenes (y mayores) en el mercado privado y cómo año tras año mantienen la misma situación o empeoran con situaciones dramáticas, como esos amigos que han sido despedidos con cincuenta o algunos años más.

Después los "expertos", muchos de los cuales suelen ser académicos e investigadores, se quejan de que este es un país donde todo el mundo quiere ser funcionario. Y me pregunto qué consejo darán ellos a sus hijos cuando llegue el momento de orientarles hacia el futuro.

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